Reflexion universal

El entorno tiene sus reglas; hay una reacción para cada acción y el ser vivo que lo habita va incorporando éstas reglas para adaptarse a su medio. Su evolución está definida por la cantidad de reglas que incorpora, y a mayor conciencia sobre su entorno, mayores son las posibilidades de sobre-vivir (ó super-vivir) utilizando el entorno mismo a su favor.

Una planta, por ejemplo, «sabe» que donde haya humedad habrá posibilidad de absorber nutrientes, y que ésta acción es vital para mantenerse viva. Su subsistencia dentro del entorno está fundamentalmente basada en ésta (y otras) reglas que ha incorporado, y mientras se cumplan, existirá la vida para ella y su clase.

Ahora bien, las plantas nunca se enteran si están en una maceta o en la tierra misma. No poseen esa conciencia. Para «engañarlas», basta con armarles un entorno propicio, es decir, uno en el que se cumplan todas esas reglas que su clase ha incorporado a lo largo de su evolución. Un entorno que para cada acción devuelva la reacción esperada por la planta. Tierra, agua, luz, aire, algo equivalente a su entorno natural, y éstas se desarrollarán; crecerán, vivirán, se reproducirán y morirán.

Lo interesante es que jamás en ningún momento a lo largo de su ciclo de vida se darían cuenta de que nunca estuvieron en la «verdadera tierra», y por esto podríamos deducir que para todo ser, dentro de su conciencia, el entorno es entorno mientras se cumplan las reglas conocidas. O mismo que no es el entorno lo que importa sino las reglas; lo que esperamos (y necesitamos) de él. Si se cumplen las reglas conocidas, será entonces el entorno esperado.

Puesto de este modo,  así como es fácil «engañar» a una planta en una maceta ¿Quién podría afirmar que nosotros los humanos no vivimos en un entorno cuyo sistema de reglas ha sido perfectamente re-creado para engañarnos? haciéndonos creer que vivimos aquí en el planeta tierra, dentro del cosmos infinito ¿Cómo saber si no estamos dentro de una gran burbuja diseñada y desarrollada para la vida del hombre y el resto de las especies con las que convive? Una gran maceta. Un cultivo a gran escala.

El universo impone a nuestra razón unos límites bien definidos dentro de los cuales existe la vida tal cual la conocemos, y a pesar del incansable esfuerzo del hombre por expandir su conciencia, no sabemos qué hay más allá de unos cuantos cientos de años luz después de nuestro sistema solar.

Allí a donde residen los límites de la conciencia del hombre, donde habrían nuevas reglas aún desconocidas, las que incluso aún no hemos podido experimentar, pueden estar los confines de nuestro entorno artificial. Encapsulados tal como lo está la planta dentro de su maceta.

Y si acaso no fuéramos el cultivo de una inteligencia superior, parece no haber más remedio que creer que la vida de toda especie no es más que un suceso. Algo que sucedió y ya. Como una gran colonia de hongos, gérmenes y bacterias, creciendo hasta reventar en algún refrigerador, cuya única consciencia es el intercambio químico que producen para generar los elementos que le permiten vivir, crecer y sabrá «Dios» por qué, reproducirse incesablemente.

Todos nosotros aquí, en alguna gigantesca pecera a la que llamamos «cosmos». Brotando. Fermentando el suelo que pisamos. Procesando químicos. Generando energía. «Combustiendo» los nutrientes de la bola de tierra que torpemente quedó dando vueltas alrededor de una esquirla más, que casi azarosamente llegó hasta aquí.

Y en el desamparo del sin-sentido y de la vida como un momento efimero y de nadie, la poesía aflora: La misma conciencia nos llama a creer en que somos dueños de una vida: la nuestra. Y nos invita entonces a darle el sentido que cada uno quiera…

Imaginar con libertad, que no hay sentido más que el que uno sienta.

 

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